Le vi dormir en el lado izquierdo de esta cama, y hacer historia en esta misma, le vi reparar un corazón roto con una mirada, vi como estrechaba lazos con besos y caricias, le vi acompañarme a cada paso y en cada desafío, agarrando fuerte mi mano, yo misma vi como hacia que el más triste de los días se llenase de luz, vi también, como tocaba pianos en mis piernas, y como sonreía cuando me hacía enfadar. Le conocía hasta límites insospechables. Dicen que febrero es triste, pero yo vi como lo descolocó todo, e hizo que saliese el sol todos los días, él convirtió el mes más triste en el principio de algo grande y a la vez efímero.
Yo tampoco creía en la magia hasta que le vi, desprendiéndola, irradiándola, destrozando con un gesto, cualquier rutina impuesta. Y así se fue, y dejó abril con una sonrisa forzada y el corazón hecho trizas. Fue ahí cuando empezaron a pasar las horas, y los días, mirando al infinito, con la capacidad de concentración de un niño de cinco años, y el subconsciente proyectando recuerdos cortos y concisos, y las lágrimas de nuevo recorriendo ese camino que conocían de memoria. Dicen que los pedazos de un corazón roto se pueden arreglar -tú lo hiciste- pero cuando está hecho cenizas, la misma tarea se vuelve improbable, por no decir imposible.
No hay comentarios:
Publicar un comentario